CUENTOS CORTOS: LO QUE NO SE VE (Estamos hechos de sueños)

Se preguntaba si el espejo la miraba a ella o si ella miraba al espejo. Los malditos espejos donde había visto todos los cambios de su vida, día a día. 
De repente se había olvidado de la pistola que descansaba al lado del lavabo.
Se sintió transportada a sus días más felices, los de su adolescencia , los de su gran amor perdido, los días en que todo le parecía posible aún empezando a autodestruirse a  lo grande. Ella siempre tan diferente, no se había conformado con ser una rebelde, había pasado el limite de todo. Sonrió al pensar en sus ansias de quemar etapas en los primeros dieciocho años de su vida. Ahora se arrepentía de ello por supuesto, como le pasará a casi todo el mundo pensó, pero no podemos volver atrás, ademas ella se arrepentía solo un poco. Así es la vida, un examen que se puede corregir pero no repetir, se preguntó si era injusto pero concluyó que así es la vida, injusta. Quizás si hubiera sido una niña distinta y más conformista no estaría en el baño a las tres de la tarde pensando en utilizar un arma y así fué como recordó que demonio estaba haciendo allí, delante del espejo.
Salió de sus pensamientos en pasado remoto y volvió a su realidad en presente por lo que se apresuró a coger su lápiz de ojo negro y a seguir con su misión. En meno de cinco minutos se había pintado los ojos, se había puesto un suave brillo que apena realzaba sus carnosos labios que en realidad no necesitaban ningún color; tenían un hermoso tono natural que hacía de su boca uno de los puntos fuertes de su atractivo. Luego se alisó el pelo y siguió pensando en su vida. Tenía una sonrisa frente al espejo y esto le hizo pensar que después de todo había vivido muchas cosas buenas, algunos momentos más felices que otro como debía de ser para todos. Pensó en la primera vez que vió los ojos de su hijo el día en que le dió la vida y que este había sido sin duda el más hermoso de su vida, el más feliz, el más completo. se había sentido querida y había jurado entregar todo su amor a aquella pequeña persona que era seguramente el único, verdadero y gran orgullo del que habría presumido siempre.
Finalmente se perfumó el cuello y pasó sus muñecas por las gotitas que se habían depositado sobre su piel. El aroma era embriagador como lo era el aire en este momento y como los varios gramos que se había fumado desde el día anterior.
Había abusado de las drogas para adquirir valor y no por vicio como seguramente habrían especulado cuando ella no estaría para oírlo. 
Sonrió de nuevo, cogió el arma y se voló la cabeza.
Una vida se había ido, había volado. Un alma se había desprendido de su capullo para volar hacía el infinito, hasta lo desconocido.
Silvia nos había dejado.

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